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jueves, 13 de julio de 2017

La Perricholi por Ana María Malachowski

"La personificación completa de la limeña genuina del siglo XVIII, tuvo por patrimonio la gracia y la hermosura, la debilidad y la ambición, la ternura y la caridad. Amó mucho al mundo pero más a Dios. El amor del mundo la perdió en sus verdes años; pero el amor de Dios la salvó del abismo de flores en que hallaba sumida". José Antonio de Lavalle y Arias de Saavedra
LA PERRICHOLI
Fisicamente Raúl Porras Barrenechea describe a "La Perricholi" no como una mujer de extraordinaria belleza, pero sí de gracia seductora, movimientos vivaces, formas torneadas, tez ligeramente morena; bajo sus pestañas rizadas habían unos ojos lánguidos y de un color acero. Su cabellera era negra y sus manos y pies diminutos. José Antonio de Lavalle y Arias de Saavedra (1833-1893), la presenta como locuaz, fácil para el chiste y la burla; apta para los papeles cómicos y, además, como ciudadana del siglo XVIII, amante de la filantropía, de los libros y las obras de arte. "La Perricholi" producía admiración al vestir pantalones, algo realmente inconcebible en esa época.
La leyenda la hacía de origen provinciano - de Tomayquichua, Huánuco -, pero Maria Micaela Villegas y Hurtado de Mendoza nació en Lima el 28 de setiembre de 1748 (en su testamento declaraba que había nacido en la capital; Luis Antonio Eguiguren halló su partida de bautismo en la parroquia del Sagrario, Lima). Su padre fue Joseph de Villegas y Arancibia, natural de Arequipa y su madre Maria Theresa Hurtado de Mendoza, natural de Lima. Micaela tuvo cuatro medios hermanos pues su padre enviudó de su primera esposa, doña Maria Micaela Godard Godard; además que fueron siete hermanos por parte de padre y madre.
Pisó por primera vez un escenario cuando apenas tenía catorce años, desde esa noche hechizó al público así como también hechizó al Virrey Manuel Amat y Juniet (1707-1782). Ella cantaba, bailaba, tocaba varios instrumentos y recitaba como la mejor, algo que sólo se presentaba en la aristocracia de la época.
Fue el oficial, José Antonio Borda Orosco y Peralta, primo contemporáneo de "Miquita", quien prácticamente la llevó, cuando tenía dieciocho o diecinueve años de edad, hasta las habitaciones del Virrey. Ella, joven, atractiva, inmadura y aún sin el dominio que da el carácter, sin lugar en la sociedad, encuentra o cree encontrar en los intimos rincones de palacio el lugar que le corresponde por ancestro, aunque de modo equivocado. Amat y Juniet, natural de Barcelona, "no perdonaba a cuenta de una onza de oro, fruta buena o mala, fresca o madura".
Manuel Amat y Juniet "Asno de Oro", era soltero, hombre enérgico, honrado, trabajador e inteligente y buen administrador, pero también muy avaro y poco querido en la Ciudad de los Reyes. Con más de cincuenta años de servicio pudo acumular una gran fortuna sin tener que llegar a caer en actos de corrupción.
A los veintidos años Micaela tuvo un hijo natural del Virrey, Manuel "Manuchito" de Amat y Villegas, quien nació en secreto en Lima en 1769 o 1770, ya para ese entonces y para la época, Amat era un anciano pues tenia sesentidos años de edad. Mientras ella ensayaba y actuaba, el chico era cuidado por su abuela Theresa. Pasan los años y en 1776, los amantes se separan, el general Amat, pues ya habia sido relevado de su cargo, retornó a Barcelona para nunca más volver. Se casó tres años después. Transcurren los años y el 4 de agosto de 1795, Micaela se casó con don Vicente Fermín de Echarri y Sorozabal, su amigo y el que se encargaba de sus actividades y negocios teatrales, para esa fecha el ex - Virrey ya había fallecido años atrás. Este matrimonio es un modelo de virtudes y sociales y religiosas. Al momento de esta rectificación en la vida de "La Perricholi", ella no era vieja, ni fea, pobre ni solitaria tampoco era torpe ni inutil.
Micaela "Miquita" Villegas falleció a la edad de setentiún años el 15 de mayo de 1819. Fue enterrada en el Cementerio General solo con cuatro luces y sin la más mínima pompa, dejó un patrimonio de 72,614 pesos "una crecida suma" así como "la casa grande" de la esquina de la Alameda y un rancho en Chorrillos.
El historiador y abogado Gustavo Bacacorzo menciona que el infundio a esta mujer, quien en su momento fue la más importante en la vida del Virrey Amat y Juniet y, por supuesto, de la colonia se debió a la relación poco cordial que tuvo el Virrey Amat con la iglesia. En la publicación "Drama de las Palanganas" (1776), atribuida al limeño Francisco Ruíz Cano, un personaje vinculado a la Inquisición, se coloca a Micaela Villegas como "una mujerzuela, indigente y aprovechadora al máximo, hasta los limites de la indignidad", Esto se acrecienta más cuando dos dramaturgos franceses, Próspero Marimeé y Max Radiguet, escriben varias obras donde toman los aspectos más sensacionalistas del "Drama de las Palanganas" estrenándola en Europa con un éxito apoteósico. Posteriormente, la excelente pluma de Ricardo Palma contribuye a que la imagen de la que, efectivamente, fue la amante del Virrey Amat y Juniet siga por los suelos. En las investigaciones realizadas por Bacacorzo, este encontró, como datos curiosos, que la familia de Villegas vivió frente a la casa de Ricardo Palma en la calle el Puno (cuadra dos del jirón Ayacucho, en Barrios Altos) y que Flora Tristán fue sobrina nieta de Villegas y, por último, el doctor Bacacorzo fue pariente de Micaela Villegas. Bacacorzo cuenta también que cuando el hijo de ambos, Manuel de Amat y Villegas, viajó a España para conocer a sus familiares paternos, el trato que recibió fue denigrante y no le quedó más remedio que regresar al Perú.
Bibliografía:
Doña Micaela Villegas "La Perricholi" - Nulidad y reposición histórica/Gustavo Bacacorzo

La Saya y el Manto por Ana María Malachowski

"¡Qué graciosos sus movimientos de hombros cuando tiran del manto para ocultar enteramente la cara que a ratos dejan ver! ¡Qué fino y flexible su talle y qué ondulante el balanceo de su andar! ¡Qué bonitos son sus menudos pies y qué lastima que sean un poco anchos!" Flora Tristán (1834)
LA SAYA Y EL MANTO
Ricardo Palma cuenta que la saya y el manto no figuró jamás como indumentaria en provincia alguna de España ni en ninguno de los reinos europeos. Menciona que brotó en Lima como los hongos de un jardín.
¿En que año brotó ese hongo? Se pregunta.
Palma se atreve a decir que la saya y el manto apareció en el año 1560. Cuenta que cuando Lima se fundó en 1535, no excedía a diez el número de las mujeres de origen español que habitaban en la capital. Por esas épocas, Lima tenía la exclusiva en la moda, algo que no sucedía en otros países de América tan es así, que las mexicanas bautizaron a las limeñas con el apodo de "las enfundadas". En el Perú mismo, la saya y el manto no salió nunca del radio de la capital; ni siquiera se le antojó ir de paseo al puerto del Callao.
En abril de 1601, se inauguró el Concilio convocado por el arzobispo de ese entonces Toribio de Mogrovejo, en este Concilio se solicitó la abolición de la saya y el manto, bajo pena de excomunión; el problema fue que el arzobispo olvidó que doña Teresa de Castro, esposa del Virrey García Hurtado de Mendoza, marqués de Cañete, vino a Lima en 1590 y desde esa fecha la saya y el manto tenía ya muchas "devotas". La población de Lima apenas excedía a las treinta mil personas y las que vestían la saya y el manto fluctuaban entre las setecientas u ochocientas "enfundadas". Doña Teresa - una de las primeras en vestir este traje - trajo de España veintisiete muchachas españolas - entre camaristas, meninas y criadas - a quienes llevó a palacio. Además, en la comitiva del virrey, vinieron alrededor de cuarenta "presupuestívoros" con sus mujeres, hermanas, sus hijas y sus domesticas. Todas ellas, sea por novelería o por congraciarse con las limeñas legítimas, decidieron enfundarse. El arzobispo, la verdad, estuvo desacertado en elegir el momento para abolir la saya y el manto pues, en 1601, cuarenta años después de su nacimiento, las devotas de la saya y el manto serían ya casi todas las limeñas, es decir, dos o tres mil mujeres. Finalmente, el Concilio dio marcha atrás. En los años siguientes, varios virreyes intentaron también abolir esta vestimenta pero no pasaron más allá del intento. Hubo un virrey que solo se limitó a encomendar a los maridos "que no permitiesen a la costilla ni a sus hijas tal indumentaria".
La saya o falda, era confecionada con distintas clases de tela e iba forrada en tafetán o con una tela de algodón muy delgada, según la jerarquía y la fortuna. La saya sólo se podía encargar en Lima y las limeñas aseguraban que era preciso haber nacido en Lima para saberla hacer; ni un chileno ni siquiera un cusqueño hubiera conseguido plegar la saya. Las mujeres de sociedad llevaban la saya de raso negro; las elegantes se ponían también de colores de fantasía, como el morado, marrón, verde, azul marino, a rayas, pero nunca de colores claros debido a que las mujeres públicas habían adoptado esos colores. Flora Tristán menciona que las mujeres se hallaban tan apretadas en esta falda, tal como si estuvieran dentro de una funda. Era tan ajustada por abajo que tenía el ancho necesario para poner un pie delante del otro, así, las limeñas andaban a pasitos. La saya o falda podía ser ajustada o desplegada, cambiaba de color de acuerdo al gusto y también hasta de las preferencias políticas. El manto era un velo de gruesa seda negra - siempre negro - que se prendía a la cintura, cubría la cabeza y dejaba al descubierto un ojo, la línea de nariz y un poco de la mejilla. Los zapatos de las limeñas era de una elegancia que llamaba la atención: eran de raso de colores diferentes y adornados con bordados; si eran lisos, el color de las cintas contrastaba con el de los zapatos.
Cada año, en la tarde del día de la Porciúncula, se hacía una romería a la Alameda de los Descalzos, donde los padres obsequiaban un buen festín a los mendigos de la ciudad. A este acto acudían las más hermosas y acaudaladas limeñas vestidas con la más vieja, rota y deshilachada de sus sayas, pero en contraste con esta "miseria" portaban un riquísimo chal además de sus más valiosas alhajas. Todas ellas consumían al menos un pedazo de pan y una cucharada de la sopa de los pobres.
La saya y el manto era el traje nacional. Todas las mujeres lo vestían, sea cual fuere su rango, era parte de las costumbres del país como en Oriente el velo de la musulmana. Sea la estación, invierno o verano, las limeñas salían a las calles encubiertas de este modo. Tuvo vigencia hasta cinco o seis años después de la Batalla de Ayacucho (1824). Ricardo Palma menciona que fue una prenda muy antiestética, era una especie de funda desde la cintura a los pies; con la saya y el manto las mujeres iban a las iglesias, las procesiones o, en general, a algún acto público. Sin embargo, en algunas localidades del teatro lucían los vestidos a la moda francesa. Pobre aquel que se atreviera a levantar el manto que le ocultaba el rostro, pues era perseguido por la indignación pública y terminaba severamente castigado.
Después de 1850, la relativa holgura social dio incremento al comercio francés y a las modas de París. Lo que en tres siglos no consiguió Santo Toribio de Mogrovejo ni los virreyes, desapareció, poquito a poquito, sin resistencias ni luchas. En 1860 desapareció la saya y el manto de los paseos y procesiones.
Bibliografía:
- Historia de la República del Perú de Jorge Basadre
- Tradiciones Peruanas de Ricardo Palma

La Saya y el Manto

LA SAYA Y EL MANTO





“La moda es un conjunto de reglas, periódicamente modificables, de la forma o usos de vestir. "(Diccionario UNO).  La forma de vestir, siempre que se disponga de una holgura económica, se adapta a la frivolidad de la época en que se vive; al deseo de imitar la vestimenta que está de moda en el resto del mundo. Pero también está determinada por las condiciones climáticas o por elementos religiosos, costumbristas o utilitarios.  El filósofo Jorge Simmel dice que “entre las causas del predominio enorme que en nuestra época tiene la moda, está nuestro creciente rompimiento con el pasado, lo cual  trae una acentuación de lo variable y el cambio”.  Entre los elementos que influyen en la moda están también las tendencias políticas; el clima social dentro del que se vive.  La Saya y el manto se despegan del concepto de moda, porque trascienden la época, para suplir los fines propios de sus usuarias...el chisme, el anonimato, el permiso para "pecar", la intriga política... Por eso no hubo una urgencia de cambio, hasta trescientos años después.
Durante la época de la colonia, allá por los años 1560, surgió la moda de las “tapadas”, quienes imitaron la vestimenta (burquas) de las esclavas musulmanas que fueron llevadas por los españoles al Perú en tiempos de la conquista.  Se les llamo así, ya que llevaban una saya, que era una especie de falda grande con una correa a la cintura.  El largo de ella llegaba a la altura de los tobillos, dejando ver pequeños zapatos de raso primorosamente bordados o cubiertos de pedrería fina.  Sobre su cabeza llevaban un manto de seda que se amarraba a la cintura, subía por la espalda y cubría la cabeza y parte del rostro, dejando al descubierto un solo ojo. La ilustre escritora y luchadora social Flora Tristán, en 1837, en su libro “Peregrinaciones de una Paria”, se refirió a este estilo (que perduró tres siglos y que desapareció en 1859, destronado por la moda francesa): “Este traje llamado saya se compone de una falda y de una especie de saco que envuelve las espaldas, los brazos y la cabeza, y que se llama manto.  Nuestras elegantes parisienses se divertirían con la simplicidad de este traje…se hace de diferentes telas, según la jerarquía de rangos y la diversidad de las fortunas.  Es una confección tan extraordinaria que merece figurar en las colecciones como objeto de curiosidad”.
Según Don Ricardo Palma, el uso de esta vestimenta se limitó a la ciudad de Lima y no se extendió ni siquiera al Callao.  El historiador suizo Von Tschudi decía que “algunos tipos de saya se pegan al cuerpo de manera tan ajustada, que hace resaltar las formas del mismo, sobretodo en las caderas; hacia abajo es tan apretada, que impide caminar con rapidez: caminan a medio paso”.  Las faldas eran generalmente plisadas y se distinguía a las mujeres de sociedad porque usaban faldas oscuras de colores violeta, marrón, verde, azul oscuro o rayadas, pero jamás en colores claros, porque éstos eran usados por las mujeres públicas.  El manto era generalmente negro y debajo de él llevaban una blusa ceñida, generalmente sin mangas.  Usaban medias de seda y según Tschudi, gastaban uno o dos pares de zapatos de raso por semana.  En la colonia, éstos iban adornados de hebillas enjoyadas de valor incalculable.
Esta indumentaria permitía a las mujeres circular por la ciudad sin temor a ser molestadas.  Tschudi decía: “El velo es intocable, y si algún hombre osa levantarlo a la fuerza, el populacho castigaría severamente el atrevimiento”.  Cuando estas quisieron conservar un estricto incógnito, decidieron usar la saya de tiritas que tenía los bordes rotos para que pareciera vieja.  
Max Radiguet, un viajero visitante de Lima allá por los años 1840 decía: “la saya y el manto, vestimenta originalmente destinada a servir al recato y a la prevención de los celos de amantes y maridos, se volvió en un elemento controversial: su uniformidad convierte a la ciudad en un vasto salón de intrigas y de ingeniosas maniobras que burlan la vigilancia de los mas fieros Otelos. Con tales elementos no fallan los escándalos, aventuras divertidas y los mal entendimientos burlescos”.  Esta indumentaria sirvió para liberar a las mujeres de las restricciones sociales, les permitió un coqueteo ilimitado y la concertación de citas secretas con sus amantes.
Las autoridades políticas y religiosas, influidas por los moralistas y por los maridos y amantes burlados, influyeron para que en 1561 el cuarto virrey del Perú, Diego López y Zúñiga, dictara una ordenanza prohibiendo el uso de dicha prenda.  A él le siguieron otros virreyes como el Conde de Chinchón, el Marqués de Malagón y el Conde de Lemos; pero siempre se las arreglaron para protestar y desacatar lo acordado.  Inclusive, en 1591, se organizó un Concilio presidido por Santo Toribio de Mogrovejo, en el cual se propuso que si las tapadas iban a las iglesias o procesiones con tal atuendo, serían excomulgadas.  A esto respondieron las limeñas con tremenda anarquía doméstica y ganáronse el apoyo de la esposa del virrey y valiéronse de otras influencias dentro del clero; acciones que aplazaron, y por ultimo, disolvieron la decisión del Concilio.
Es importante resaltar que al darse la Independencia militar y política en el Perú, no se obtuvo una liberación de los lazos económicos con España o el rompimiento  de las costumbres coloniales.  Siguió existiendo la sociedad clasista y aristocrática y continuó el intercambio comercial con España.  La Iglesia Católica siguió ejerciendo una influencia fuerte sobre la vida de la nueva Republica, y se siguieron manteniendo los sistemas de servidumbre, esclavitud y distribución de la tierra. A pesar de haberse suprimido los mayorazgos y títulos nobiliarios, siguieron haciendo uso de aquellos.
Las tapadas, sobretodo después de la institución de la Republica, jugaron un rol primordial en las luchas políticas y bajo el disfraz de sus vestimentas pudieron participar en tertulias políticas y opinar sin ser reconocidas.  Pudieron frecuentar espacios masculinos como el Congreso, y podían salir a pasear por las noches bajo la luz leve y protectora de los candiles.  El traje de la tapada le sirvió a la mujer de aquella época como canal de comunicación y de identificación social y personal.  Según Flora Tristán, “esta libertad disfrazada permite a la limeña ser siempre “ella”, libre de la opresión de las convenciones sociales”.  Las sayas tomaron los nombres de los caudillos en apogeo: la saya salaverrina, la orbegosina o la gamarrina; y las faldas fueron cambiando de vuelo y de colores, según la tendencia política con la que se identificaron.
José Mauricio Rugendas, siglo XIX



Los salones franceses del siglo XVIII comenzaron a ser emulados en Lima, y fue en estos locales o en  residencias privadas, los cuales eran atendidos generalmente por mujeres y frecuentados por la aristocracia y criollos progresistas, donde se realizaron discusiones literarias, artísticas, científicas, filosóficas y políticas. Fueron lugares niveladores de las clases sociales y de acceso para aquellos excluidos de la vida política.  Fue  en aquellos salones donde se gestaron muchas de las ideas políticas que contribuyeron a la real independencia del Perú.  Allí se trazaron alternativas contra la retórica de la aristocracia conservadora y contra las ideas eruditas y dogmáticas de la Universidad y de la Iglesia.  Así, se propició la movilidad social. De paso, estos ambientes también dieron espacio amplio para el coqueteo y  la liviandad sexual.
Después de 1859, según Don Ricardo Palma, la influencia de las cortes francesas fue más eficaz que los bandos de virreyes y ordenanzas de la Iglesia para enterrar a la saya y al manto.  Y así fue que en la segunda mitad del siglo XIX se abandona totalmente su uso. 
"Después de 1850, el afrancesamiento ha sido más eficaz que bandos de virreyes y ordenanzas de la Iglesia para enterrar la saya y manto.
¿Resucitará algún día? Demos por respuesta la callada o esta frase nada comprometedora:
-Puede que sí, puede que no.
Pero lo que no resucitará como Lázaro es la festiva cháchara, la espiritual agudeza, la sal criolla, en fin, de la tapada limeña."  (Ricardo Palma: La Cosnpiración de la Saya y el Manto).
Estaban de moda ahora, las faldas vueludas, las enaguas con aros, los vestidos de cuellos altos, las blusas y chaquetas de mangas de blondas y los peinados complicados con rulos y tirabuzones, coronados por sombreros con plumas o por redecillas.  Llevaban parasoles, abanicos y chales.  La limeña perdió la libertad de expresarse libremente y de poder salir a los lugares públicos sin custodia; menos durante las noches.  La mujer se relegó cada vez más a la esfera privada y se masculinizó la esfera pública.  Las tertulias en las casas se vieron limitadas a los temas literarios y los caballeros iniciaron sus tertulias en los clubes o asociaciones civiles o cafés, donde estaba prohibida y mal vista la mujer.  Así, ella se convirtió en un instrumento para la expresión de la posición socio-económica de la familia.  La “modernización” de su vestimenta, contradictoriamente resulto en una paralización, sino en un retroceso en la participación aunque sea secreta que aquella había tenido en la vida política del país.   Pero siempre, desde mucho antes de la época emancipadora y durante la Independencia y la República existieron grandes mujeres, que contribuyeron al reconocimiento de su género y que participaron a través de sus contribuciones literarias o a través de su intervención directa, en las luchas por el progreso del país: Nombremos a Micaela Bastidas, Amarilis, Flora Tristán, Clorinda Matos de Turner, entre otras.