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jueves, 11 de octubre de 2012

Una Plegaria al Señor de los Milagros

Este octubre celebramos en Lima, la fiesta del Señor de los Milagros, y como homenaje a este santo patrón de mi devoción, le dedico este cuento que nos narra la plegaria de una mujer que implora al Señor para que le conceda la realización de un anhelo escondido, a la que ella llama "un milagro".
Es un momento triste pero que refleja la fe de la muchedumbre en una figura divina que es capaz de apiadarse de la miseria humana que de otro modo creen que no puede ser solucionada.  Vale decir que ante la impotencia, la gente se refugia en una esperanza supraterrenal para resolver problemas de todo tipo...enfermedades, sufrimientos, males de amor, económicos, etc. Y cuando el milagro se realiza lo atribuyen a un poder divino superior.  Cuando todo está perdido, allí se presenta el grandísimo poder de la fe.

UNA PLEGARIA AL SEÑOR DE LOS MILAGROS

 

Me imagino a mí misma con un cirio prendido rezando con mucha devoción frente al altar del Señor de los Milagros y pidiéndole que me devuelva a ese ser que se me ha perdido; que fue un engranaje importante en mi vida y que ahora no está más; que existe en algún lugar del mundo, pero que no quiere volver. 

Desde el rincón del altar viene el cura con su misal y lo siguen dos monaguillos portando un incensario del que sale un humo aromático…viene a bendecir a los fieles que ya comienzan a agolparse en esas horas vespertinas después del trabajo.  La gente se empuja para acceder al altar.  A un costado se encuentra la imagen del Señor  encuadrada con sus aspas de plata. Me encuentro adelante y nadie me va a sacar de aquí porque llegué primero.  Hay padres que llegan cargados con sus hijos y los alzan sobre sus hombros para que los vean los hermanos asistentes  y los carguen  y los pongan aunque sea por un ratito sobre el anda, con la esperanza de que esta les transmita la energía necesaria para su curación…¡Un milagro por favor!  Yo sigo apostada sobre el sitio que he ganado. No me puedo subir sobre el anda por obvias razones, pero de repente me dejan tocarla.

Hay veces me pregunto: ¿Por qué a mí?   Y mil veces me responde esa voz interior, que tengo una misión y que el tiempo me lo dirá.  Me doy cuenta, pero esta situación ya está tomando mucho tiempo.  ¡Se me pasan los años!   Ayer me miré al espejo y si no fuera por el tinte, mi cabellera estaría totalmente escarchada. .. Ni yo sé cuánto.  Ya se me notan algunas nuevas arruguitas que comienzan a hacerse más profundas…Quizá cuando él me vea de nuevo no me va a reconocer.  Cuando uno llega a cierta edad, parece que los años galopan y que funcionamos al revés;  que contamos de adelante para atrás.

¿Pero qué estoy haciendo?  Me detengo en tantas reflexiones que casi olvido que tengo que defender mi sitio.  Sigo avanzando.  No sé si el hermano  sabe mi urgencia… ¿Me dejará tocar el anda y percibir su energía?  Voy a poner mis mejores ojos de carnero ahorcado, para ver si le causo una pequeña impresión.  Nuestras miradas se cruzan y aprovecho la ocasión.  Debe de haber visto algo grave en mi mirada, porque me llama con un gesto.  Me acerco incrédula al altar…  “Póngase el velo señora, que se va a acercar al Señor.  Pídale lo que sea…es muy milagroso y si usted  reza con mucha fe, seguro se lo concederá.” 

A lo lejos veo al cura leyendo una oración de su misal, mientras que los monaguillos zarandean el braserillo tirándole humo a uno de los fieles que piden la bendición.  El cura le hace la señal de la cruz en la frente y al hombre le cambia el semblante…descanso, paz, alivio, comunión con su fe. Se retira y se acerca por donde estoy.  Yo impasible, me apuro a subir las gradas para que nadie me gane el puesto conseguido… Ud. sabe, al final puede que haya preferencias.

El hermano carga al niño que recibe de brazos de su padre.  El niño lo mira con señal de sorpresa e incertidumbre y comienza a llorar y a extender sus bracitos hacia su padre.  “Está bien, le dice él; es un señor bueno que te va a llevar adonde Papa lindo para que te cure tu piernita y puedas caminar como tu hermanito.   El joven  murmura: “Señor que mi niño pueda volver a jugar y que esta parálisis incomprensible no lo siga invadiendo.”

¿No será mucho lo que le pido al Señor?  Que mi hijo recapacite y vuelva.   Es algo que no me impide seguir con mi vida; pero de repente sí, porque mi vida no es completa.  Nunca soñé que habiendo dedicado tanto de mi vida a ellos, llegase el día que por una incomprensión  o juicio equivocado, seamos tan infelices hoy.

Espero pacientemente mi turno y me acerco.  Ya estoy cerca del anda…ya la estoy tocando.  Deposito una rosa roja, salpicada del rocío de la mañana;  roja como la sangre que fluye por las venas de los dos y bañada en rocío como bañada por las lágrimas que vierto en silencio para que nadie se entere de mi dolor.

Señor te pido que él vuelva, que sienta que nada pasó, que el tiempo puede recuperarse ahora; que apremia que se haga ahora.  Que los años pasan y que no se recuperan y que los arrepentimientos son inútiles cuando vienen a destiempo.   Es tan fácil dejar que la alegría vuelva a nuestro redil.  El orgullo es vanidoso y ciego.  Señor, que él sepa verlo.  ¿Pero qué puede significar mi pena frente a la de esos seres que claman por milagros de verdad?  Señor si tienes que preferir los de los demás, hazlo, pero si tienes un sitiecito para mi milagro, entonces concédemelo.

“Ya señora, ya mucho rato…hay que darles oportunidad a los demás para que también se acerquen.  Mire que ya viene la hora de la siguiente misa y ya va a vencer la visita al anda.”  Me despierto de nuevo de mi obnubilación, volteo la cara con una mirada agradecida y digo: “Chau Señor…ya sabes, acuérdate de mí si puedes, y si no hay nadie que te pidió un favor más importante que el mío.”  Bajo las gradas del altar un poco aliviada; el pesar que tengo siempre en el pecho se ha calmado un tantito.  Tengo fe en que los milagros pueden suceder. ¡ Y tengo fe que este zambito que siempre me ha dado consuelo y ayudado; lo hará esta vez!

¡Todo me lo imaginé, pero estuve allí, pidiendo junto con los demás, un milagrito, un milagrazo de verdad!

Son las cinco de la mañana, Señor, y te pido, antes de dormir, después de esta jornada larga, que mi imaginación se haga realidad y que pueda volver a soñar que esto es  de verdad… ¿Soñar digo?  ¡No! ¡Que me hagas el milagrito de verdad!

No te prometo ponerme hábito porque es difícil comprarlo por aquí, y porque además tendría que comprarme varios para lavarlos… ¡Y no tengo plata, sólo una gran devoción!  Pero sí te prometo portarme bien y llevar a mi nietecita a que conozca a su papá.  Ya estoy viendo cómo la acurrucará en sus brazos, y la llenará de besos y podrá enseñarle todas estas cosas que tanto quería que aprendiera.  Ya pues Señor, concédeme ese milagrito, milagrote, antes de que el tiempo nos gane a los dos.
 
 
 

 
 
Lucy Newton de Valdivieso/octubre 2012

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