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domingo, 29 de mayo de 2011

Sé que he vivido mucho

Mientras leía el pensamiento de Gerge Carlin que dice que la vida no se mide por el número de alientos que hemos tomado, sino por los momentos en que se nos quita la respiración....comenzé a pensar que debo de haber vivido mucho, porque para bien y para mal, se me ha quitado la respiración varias veces.
Se me quitó la respiración el día que hice mi Primera Comunión, hace "miles de años" y creí en el momento que recibí la hostia, que el éxtasis que me produjo mi sentimiento de comunicación personal con Dios era tan fuerte, que no podía respirar.  Se me volvió a quitar la respiración otra vez, el día que recibí el primer beso y sentí le intensidad de un amor.  Sentí la misma sensación cuando frente al altar juré amar y respetar a mi compañero de toda la vida. Casi me ahogo de la emoción cuando sentí la sensación de ser madre por primera vez y sentir que éramos autores de una vida nueva.  Y siguió siendo así cuando nacieron los otros dos hijos que tuve.  Se me quitó la respiración cuando ví a mis hijos dar sus primeros pasos y poder hablar y decirme que me querían. Perdí aliento cuando cada uno de ellos se graduó de colegios y universidades...cuando uno de ellos me anunció que se había registrado en las filas militares...y el día que lo mandaron a la guerra, después de todo el esfuerzo que habíamos hecho para que construyera su vida y no se metiera en la posibilidad de destruirla.  Lo volví a perder, cuando vi al segundo finalmente graduarse y cada vez que el triunfaba y hacía esfuerzos superiores para superarse y ser aceptado en los más altos rangos de puestos de trabajo y universidades...y también cuando el tercero finalmente se graduó y rápidamente encontró un trabajo que le permitiría quedarse viviendo conmigo...que se quedaría en nuestro pueblo.
Me sorprendí y se me quitó el aliento al ver mis primeras arrugas y al olvidarme de teñirme el pelo y ver mi cabeza casi toda blanca.  O aquellas veces que ví mis carnes fláccidas o no pude seguir los pasos de la clase de zumba, cuando me creía una verdadera maestra del baile.
Fue una tristísima experiencia que me hizo perder la respiración el día que mi hijo se casó y ví esa mirada especial con la que miraba a su esposa.  Tiempo después, la perdí de nuevo cuando terminaron su relación con la misma rapidez con la que la comenzaron, y casi me ahogo cuando me dijo que sería padre...en estas circumstancias.  Después, me convertí en abuela y me faltó la respiración el día que ví a mi nietecita de tres meses dormir en mis brazos cuando su madre me la trajo tan generosamente para que la conociera. Y se repitió la sensación al ver la ternura de mi hijo cuando cargó por primera vez a su hijita, como si al menor movimiento torpe se le pudiera deslizar de sus brazos.  El sufrimiento e impotencia de mis hijos muchas veces me hizo sentir sensaciones de desmayo...y más cuando uno de mis hijos me acusó de sus fracasos, porque no tenía adonde voltear para designar a un culpable...y me morí mil veces cuando me sacó de su vida con la misma facilidad como cuando una persona eructa un gas fastidioso. Al ver los progresos de mi nietecita: desde su primer aliento, pasando por la primera vez que pudo sentarse, que le crecieron sus primeros dientes, que aprendió a encaramarse en su coche de muñecas adaptado a andador y dio sus primeros pasos, hasta que se soltó el mismo día que cumplió un añito, que dijo sus primeras palabritas lindando los dos años, y siguió y sigue creciendo, que la oí cantar en perfecto entonamiento y nos dijo que nos quería y puso su cabecita sobre nuestras piernas y nos abrazó, volví a perder la respiración, porque me dí cuenta que por más que pase la vida, a través de ella y de su carita, nunca perderé el cariño de mi hijo...y si no lo veo a él, lo seguiré viendo a través de ella...hasta que se dé cuenta que las puertas seguirán siempre abiertas...gracias también a una generosidad sin linderos de una mujer que sabe como yo, que la maternidad nos transforma y nos hace valerosas y nos hace perder el miedo y nos llena de tanto amor, que lo queremos compartir.  Ahora sé que he vivido...mucho...mucho.

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